viernes, 20 de julio de 2012

Últimos kilómetros detrás de Cela



Lunes, 16 de julio de 2012. 5ª etapa. Pontevedra-Valença do Minho (58 kms)

El día amanece despejado, sin una sola nube. Hoy va a hacer calor y no es lo más interesante para una jornada bicicletera. Nos esperan algo más de 50 kilómetros hasta llegar a Tuy. En la ciudad frontera con Portugal se ha gestado parte de la vida de Cela. Sus abuelos paternos eran de aquí y tenían  una preciosa casa familiar que queremos identificar y conocer.
Después de un completo desayuno empezamos a pedalear rumbo a nuestro destino. La N-550 está muy transitada en este tramo pero, afortunadamente, los desniveles son suaves; lo que no es suave es el calor que, a medida que avanza el día, va apretando cada vez más. Paramos en un bar y recordamos a otra ilustre escritora, Rosalía de Castro, la mujer que, según Cela, consiguió convertir el llanto en orballo y el orballo en poesía. También recordamos ese poema considerado de los más importantes de la lírica trovadoresca galaico portuguesa que tiene lugar en la i
lla de San Simón (”Estaba eu na ermida de San Simón e cercáronme as ondas que grandes son. Eu atendendo o meu amigo, eu atendendo o meu amigo”). Tomamos un refrigerio: refresco y tapita de lentejas que, aún a pesar de la temperatura, entran de maravilla. El aporte energético nos dan fuerza para continuar el trayecto hasta nuestra próxima parada gastronómica. Hay que decir que en esta ocasión, quizás contagiados por el espíritu de Cela, vamos todo el viaje poseídos de un apetito feroz. O le damos al pedal o le damos al diente. Ni Chus, que tiene la tripa un poco pesadita, pone freno a esta vena glotona que nos insufla el amigo Cela desde allá donde esté.
Después de muchos sudores, entre el kilómetro 149 y el 150, en Quintal, encontramos una casa de comidas, “Bocados”, con un sugestivo cartel para tiempos de crisis: “Menú a 7 €”. Decidimos parar, aunque sólo sea para resguardarnos del sol y refrescarnos un poco con el aire acondicionado y unos  refrescos. Comemos el menú del día y una vez apaciguado el estómago salimos a la terraza y elegimos una mesa con sombrilla para jugar la partidita de mus. Josito y Tere ganan la partida con un tanteo ajustado. Yo, no sé si desanimada por perder o temerosa de volver a padecer la sofoquina, miro con ganas el coche de apoyo. ¿Me voy con Chus y reconfortada por el aire acondicionado o sigo sufriendo los rigores climatológicos a golpe de pedal hasta Tuy? La duda me corroe un buen rato pero al final opto por terminar el viaje pedaleando (una tiene un pelín de masoquista). Por suerte, el trayecto que resta es casi todo cuesta abajo y se agradece. La bici se embala y el aire reconforta.
Cuando veo el cartel de Tuy no me lo puedo creer, me dan ganas de besar el suelo de la preciosa ciudad. Sabemos, porque lo dice Cela en "La Rosa", que la casa de sus abuelos en la que nació su padre en 1881, es "una casa hermosa, grande, bien instalada, con una buena bodega donde en tiempos se crió buen vino, rodeada de huerta amplia, a la entrada de Tui, a la derecha conforme se viene de Guillarey, dominando el tendido valle del Miño, con Portugal enfrente y el cementerio a la espalda". Con esa descripción litearia, un poco de suerte y la ayuda inestimable de la placa que sobre la misma fachada anuncia el nombre de la calle dedicada a Camilo José Cela, nos topamos con la casa de los abuelos paternos del escritor. Se trata de una elegante edificación en piedra que ocupa toda la manzana. 
Al lado, entro en un bar que lleva el nombre del autor de La familia de Pascual Duarte y allí me cuentan que Cela pasó muchas  temporadas en esta casa cuando era niño. Relata el escritor la pesada broma que le gastaron sus tías, diciéndole que él era un enano y que su mamá en vez de mamá era su hija. Esas putaditas me resultan desafortunadas y familiares porque a mí, cuando era niña, mis hermanas me decían que mis padres me habían recogido y que yo, en realidad, provenía de una familia gitana. Aquello me producía tanta angustia como le produjo a Camilo pensar que la bella y juvenil Camila, en vez de ser su madre, era su hija. Hay que ver lo crueles que pueden llegar a ser los adolescentes...
Una vez refrigerada me voy con Tere y Jose a pasear por el centro de la ciudad. Las chicas nos dejamos seducir por una zapatería con precios de saldo. Echamos un buen rato mientras Jose espera y desespera y ponemos nuestro granito de arena (en forma de euros) para que la economía del país no se aplatane más de lo que está.
Ya sólo nos queda llegar a Valença do Minho. En el hotel con el mismo nombre tenemos hecha la última reserva del viaje. Cruzamos el precioso puente de hierro que une España y Portugal. Nos detenemos unos segundos a contemplar el plácido transcurrir del Miño/Minho y disfrutamos del placer que tan generosamente nos ofrece la naturaleza. Pocos minutos después llegamos al Hotel Valença do Minho. Se trata de un alojamiento funcional y cómodo, cuyo atractivo principal -para mí- es una preciosa piscina. En cuanto la descubro anuncio a mis colegas que dudo entre tirarme vestida al agua o subir a la habitación para cambiarme. Opto por lo convencional. José me recuerda que estamos en Portugal y que aquí se cena temprano, pero sé que me da tiempo.
Me meto en el agua de la piscina y me entra una oleada de placer que borra de un plumazo todo mi cansancio. A esas horas, 19.30, hora portuguesa, apenas hay tres o cuatro personas en la piscina, con lo cual el placer es mayor. Josito también se anima a darse un chapuzón y después de hacer unos cuantos largos subimos a cambiarnos para ir a cenar. Chus y yo soñamos con un frango (pollo) a la brasa. El recepcionista del hotel nos manda al Iberia, un restaurante a pocos metros del hotel Valença do Minho. Nos sentamos en la terraza y una encantadora y muy profesional camarera nos dice que no hay frango, pero lo hace tan bien la chica que consigue que nos quedemos. Y no nos arrepentimos. Pedimos una ensalada variada para compartir y cada uno un segundo. Yo me tomo un pulpo a la brasa con cachelos que está de cine; las chicas bacalhao a la brasa y Josito un pescado parecido a la merluza que está muy bueno. Volvemos al hotel y las chicas vienen a nuestra habitación a ver fotos. Yo, no estoy para fotos ni ná de ná. Me tiro en la cama y me entrego a los brazos de Morfeo sin ninguna resistencia.

jueves, 19 de julio de 2012

Iria-Flavia, cuna y tumba de un Nobel


Sábado, 14 de julio 2012. 3ª Etapa. Santiago – Padrón (28 km)

La casa donde nació Cela
Salimos de la siempre espectacular capital de Galicia más allá del mediodía. La ciudad compostelana enamora tanto que la hora de abandonarla se hace de rogar. Pero nos espera Iria-Flavia, (La Coruña), la aldea en la que en 1916 nació Camilo José Cela y a la que ochenta y seis años más tarde fueron trasladados los restos del célebre escritor. Años antes de fallecer, CJC solicitó al obispo que le permitiera, cuando la llamada de Dios tuviera lugar, ocupar un hueco bajo uno de los olivos más hermosos del cementerio de Santa María de Adina. El obispo dio el visto bueno y Camilo reservó allí su finquita para abrazar en su día el sueño eterno.

La tumba de Camilo José Cela 
En la casa donde nació el escritor vive desde hace años su prima, Nina Trulock, hija de Jorge Trulock (tío de CJC), trágicamente fallecido en el incendio que tuvo lugar en la casa familiar. Con Nina quedamos al atardecer para que nos enseñe su casa, nos acompañe al cementerio y nos acompañe a dar un paseo por Padrón.

Iria-Flavia es una pequeña aldea que pertenece al ayuntamiento de Padrón. Se podría decir que ambas localidades son uña y carne, no sólo por la proximidad que las une, sino también por muchas otras razones. En cada uno de los extremos del Espolón, la bella alameda que bordea la margen derecha del río Ulla, se encuentran sus dos hijos más ilustres. De una lado una escultura de Camilo José Cela y del otro la de Rosalía de Castro. En las inmediaciones se encuentra la plaza de Macías el Enamorado, un juglar que se enamoró de una condesa y murió asesinado por el marido de su amante. De esta recoleta plaza habla Cela en su libro de memorias infantiles “La Rosa”. En él nos relata que en la pastelería Casa Latorre, su tío Jorge, el padre de Nina, le invitaba a “un par de cañas, o tres, de hojaldre relleno de suave y aromática crema. La bajaba con un vaso de sifón que indefectiblemente me daba hipo” (La Rosa, pag 117).

En el capítulo 2 de "Del Miño al Bidasoa", que titula "A la sombra del Apóstol, en el camino de Compostela" y trascurre en Padrón, Cela se pasa buena parte del capítulo en la taberna de "El Cuco", hablando de lo divino y de lo humano con el tabernero y disfrutando de abundantes cuartillos de vino. Todavía hoy encontramos en la avenida de Compostela encontramos el lugar que sigue denominándose "El Cuco" aunque, por desgracia, convertido ya en una moderna fonda sin gracia.


Nina Trulock y Lola en el jardín de la casa de Iria Flavia
A las ocho de la tarde nos acercamos a la casa de Nina, donde había nacido Cela. La casa, situada muy próxima a las Casas de los Canónigos, en las que hoy está emplazada la Fundación Camilo José Cela, es una bella edificación de piedra, que encargó construir hace dos siglos Camilo Bertorini, gerente del The West Railway Galicia y bisabuelo de Nina y Camilo José. Rodeada de un frondoso jardín lleno de hortensias, plantas y árboles de diversas especies, la casa se encuentra a escasos meros de la vía del tren. Nina nos enseña el interior de la vivienda, decorada con muebles antiguos y fotografías de los ilustres antepasados de la familia, desde el bisabuelo Bertorini, los abuelos John Trulock y Nina Bertorini; los padres de Cela, Camilo Cela Fernández y Camila Trulock Bertorini y, (¡como no!), el propio Cela, de niño, de joven y de Nobel. La casa tiene un gran encanto y nos lleva un buen rato curiosear por todos sus rincones; pero aligeramos el paso porque se hace tarde y no queremos irnos a cenar sin antes visitar la tumba de Cela. Allí nos sorprende un cementerio lleno de flores, la mayoría de ellas frescas. “Aquí hay mucha costumbre de venir al cementerio y reponer las flores”, nos cuenta Nina, quien tiene allí enterrados a sus padres, a sus tíos, a sus abuelos y prácticamente a todos sus familiares fallecidos. La tumba de Cela hoy tiene un bonito ramo de flores lilas; es la tumba más sobria y más elegante del cementerio, toda ella de piedra y sin más ornamento que el nombre del escritor gallego y su fecha de nacimiento y muerte.
El niño Camilo José con su tía Chucha

Primeros apuros del niño Cela

Domingo, 15 de julio de 2012. 4ª Etapa. Padrón-Pontevedra (48 kilómetros)

Nuestro plan hoy es rememorar el viaje que el niño Cela hizo a Tui, a casa de los abuelos paternos. Camiliño Joseiño, (como le llamaba Juan, el jardinero de Iria Flavia), con apenas 6 años, iba a realizar su primer viaje solo y, como es fácil de imaginar, se encontraba un poco pasadito de miedo. En “un ford alto, destartalado y roncador”, Lozano, un mundano taxista de Iria, era el encargado de conducir “a o fillo do jefe” a la casa de los abuelos de Tui. Con Lozano y Camiliño, además de un montón de bártulos viajaban “Bufariñento”, el inseparable pollo mascota del nene y “un paisano con carita de mirlo vestido de luto riguroso”.

El trayecto que Camilo José realizó en un largo y accidentado día, nosotros lo dividimos en dos etapas, las dos últimas de este recorrido celiano. En la de hoy nos dirigimos a Pontevedra, pero antes, siguiendo las indicaciones de Nina, damos un paseo por la gran feria que se monta cada domingo en Padrón, a lo largo de la Alameda y calles adyacentes. Puestos de ropa, cestos, lencería, flores y herramientas conviven en perfecta armonía con mariscos, pescados, todo tipo de pan, embutidos varios y muchas cosas más. Nos decantamos por unas preciosas flores siemprevivas que, gracias al coche de apoyo y con un poco de suerte, podremos hacer llegar a nuestros respectivos hogares. Además, compramos dos variedades de pan, queso, jamón, chicharrones y lomo. Y lleno el morral de tan suculento manjar ponemos el cuerpo en marcha siguiendo la misma ruta que Lozano y Camiliño hace un porrón de años. Pasamos por Caldas de Reis, no sin recordar que en una fonda de este pueblo, el taxista invitó a sus viajeros a boliche. Yo no sé lo que es el boliche, pero a juzgar por los efectos que produjo en el niño Cela, debía ser una bebida fuerte y pasó lo que un Cela ya crecidito relata en la pag. 156 de La Rosa: "En el cruce de Barro, entre el madrugón, la sensación de soledad, las emociones del viaje, los caramelos y el boliche, se me descompuso la barriga". Cela, en defensa de este pequeño altercado que sufrió su barriga durante su primer viaje sin familia, cuenta para que el lector se haga cargo del tremendo apuro que sufrió en tales circunstancias que "se le soltaba la tripa por primera vez fuera de su casa. Y en condiciones no del todo propicias". Parece ser que sus compañeros de viaje se portaron muy discretamente y el niño Camilo lo agradeció desde lo más hondo de su corazón.

Al llegar a Pontevedra, a C.J. lo dejaron en la casa de sus primos de Tuy, que tenían unos hijos un poco perversos. "¡Fijaros -dijo uno de ellos- este niño huele mal". Al pobre Camilo se le vino el alma a los pies, pero aunque sus lágrimas se peleaban por asomar a sus ojos, el chaval no lloró. "Huelo un poco mal porque tuve un descuido, no pude evitarlo. A mí me parece que estoy un poco malo". Una señora muy amable devolvió a Camiliño a su estado habitual de niño limpito y aseado. Y la historia terminó ahí. Nosotros, por nuestra parte, decidimos continuar camino sin pasar por el WC. No tocaba y, por supuesto, no tomamos boliche, porque no sabíamos lo que era y porque nuestros pecados etílicos en este entretenido viajes se limitaban a una botella de Alvariño o Mencía, que por esta zona están de rechupete. Así es que, dejamos Caldas y Barro atrás, y a pocos kilómetros de allí nos encontramos una pequeña taberna sin gracia que el rótulo identifica como Bar Carlos, pero que guarda un tesoro en forma de patio en la parte de atrás. Una mesa redonda de piedra y una sombrilla nos permiten degustar a gusto nuestras viandas, regadas con refrescos, un Alvariño casero, y rematadas con café y aguardiente. Remate con una deliciosa partidita de mus que ganamos Chus y yo. Después, carretera y manta.
A los pocos kilómetros un prado lleno de margaritas nos invita a tumbarnos en la alfombrada hierba para terminar adecuadamente de digerir los abundantes embutidos y los suculentos panes de Padrón, mezclados con los licores como Dios manda.

Una vez repuestos de los excesos gastronómicos, retomamos el camino hacia la bella Pontevedra. Es una ciudad muy cuca, llena de casas de piedra, todas de la misma altura y con un ambiente muy festivo. Nos fuimos al hotel, nos dimos una reconfortante ducha y salimos otra vez con las bicis para dar una vuelta por la ciiudad y buscar un sitio donde cenar. Nuestra gran y agradable sorpresa fue darnos casi de bruces con un concierto de música clásica que se estaba celebrando en una plaza muy bonita. Allí nos sentamos y disfrutamos del espectáculo que ofrecía una orquesta sinfónica de mucho nivel. El hotel La Peregrina,  funcional y cómodo, nos gustó mucho.

Donde Cela se enamoró de Marina


Viernes 13 de julio 2012. 2ª Etapa. Cecebre-Santiago (60 km.)

Comenzamos el recorrido Cecebre-Santiago de forma muy auténtica, acompañados por el orballo y unas cuestas que casi nos hacen abandonar la aventura. Tanto es así que incluso nos tenemos que bajar de la bici y empujar vehículo y michelines como buenamente Dios nos da a entender. Nos toca un día gallego, gallego, de esos en los que la lluvia juega con el viento y los bicicleteros, calados hasta los huesos, tratamos a duras penas de mantener el equilibrio sobre las dos ruedas. Tras apenas 15 kilómetros de camino estamos tan agotados que en Carral paramos a darle algo de energía a nuestro maltrecho cuerpo. Fruta en un puesto callejero: plátanos, manzanas y nectarinas nos devuelven la alegría. Enfrente hay una panadería (me disculpo por no haber apuntado el nombre) con ese delicioso pan que ha dado tanta fama a este pueblo. Compramos un trozo de pan moreno con pasas y un bollo “hecho a la antigua”, según nos dijo la paisana. En un momento damos buena cuenta de parte de nuestra deliciosa compra. Mientras, yo no puedo dejar de recordar a Cela quien, a buen seguro, si se encontrara en esas circunstancias, se zamparía los dos bollos enteros. Y haría bien, porque no hay pan como el de Carral.

Retomamos el camino con las energías renovadas y empezamos a subir una cuesta que, como comprobamos al poco tiempo, es una cuesta manantial. Es decir, no se termina nunca. Cuando ya se nos empiezan a agotar las fuerzas que nos había proporcionado el refrigerio, comienza a llover con ganas otra vez. ¡Qué se le va a hacer! La vida del bicicletero es muy dura. Me pregunto qué haría el ilustre vagabundo en estas circunstancias. Supongo que guarecerse donde pudiera. Como era un tipo con suerte, seguro que en medio del monte aparecía un pastor con un porrón de vino y algo rico para llevarse al cuerpo. En nuestro camino no hay pastores, pero llegando a Leira encontramos un café, O’Brumeiral, donde conseguimos secarnos un poco e hidratamos. Después, unos vasos de leche calentita con cognac para recuperar el tono y, para rematar, una botella de vino Mencía y dos raciones de raxo, que está para chuparse los dedos. Al pagar,comprobamos que la relación calidad-precio es estupenda: 28 euros en total. 

Con el cuerpo satisfecho y el espíritu rejuvenecido decidimos enfrentarnos a los 36 kilómetros que nos faltan para llegar a Santiago. Todo el camino cuesta arriba/cuesta abajo. Por un momento parece que aquello no se va a terminar nunca, pero no hay mal que cien años dure y alrededor de las 8 de la tarde llegamos al hotel Miradoiro de Belvis, situado en la Rúa das Trompas, 5, en Santiago de Compostela. Un hotel acogedor, con un servicio estupendo y unas habitaciones confortables y bonitas. Pero lo mejor, lo mejor de todo, fue lo bien que nos atendieron, desde la recepcionista que nos recibió hasta el chico que nos despidió al día siguiente quien, además, nos ayudó a solventar unos problemas informáticos con Internet. Por si fuera poco, nos mandaron a cenar a un restaurante, O Dazeseis, en la rúa San Pedro, que resultó un lugar precioso, muy bien atendido y con todo riquísimo. Comimos muy bien: grelos con langostinos, ensalada de salmón y queso, pimientos de Padrón, tabla de quesos, agua con gas y sin gas, una botella de Mencía Agustín Rebolledo (muy interesante), además de ese maravilloso pan gallego que no falta en ningún restaurante. Precio: 62 euros. Para recomendar.

Después, optamos por un paseo para apreciar el Santiago nocturno que resultó maravilloso, por la Rúa del Villar y la del Franco, buscando las tabernas donde Cela iba de tapeo. Sólo encontramos una que se llama El asesino, pero cerrada. Nos contaron que cambió de dueños varias veces y el actual  no guardaba las necesarias medidas de higiene y sanidad que precisa un local público. Me hice una foto en recuerdo de mi relativo tío y sentí no poder tomar la copa de aguardiente y rosquillas que él se desayunaba allí.

Santiago es una ciudad para enamorar. Cada vez que la visito me gustan más sus callejuelas, sus casas de piedra, la impresionante catedral. Es un lugar mágico. No me extraña que Cela sucumbiera a los envites de Cupido en esta maravillosa ciudad. 

Al día siguiente, después de un reparador sueño y un no menos reconfortante desayuno, nos fuimos precisamente en busca del lugar donde Camilo José Cela y Marina Castaño se conocieron, un edificio de Caixa Galicia, hoy Casa Cultural, y donde en 1985 se celebró un Congreso en el que se encontraron por primera vez los dos famosos gallegos.

sábado, 14 de julio de 2012

Donde Cela se enamoró de Marina


Viernes 13 de julio 2012. 2ª Etapa. Cecebre-Santiago (60 km.)

Comenzamos el recorrido Cecebre-Santiago acompañados por el orballo y unas cuestas que casi nos asfixian. Tanto es así que a veces nos tenemos que bajar de la bici y arrastrar vehículo y michelines como Dios nos da a entender. Nos toca un día gallego, gallego, de esos en los que la lluvia juega con el viento y los bicicleteros, calados hasta los huesos, tratamos a duras penas de mantener el equilibrio sobre las dos ruedas. Tras apenas 15 kilómetros de camino estamos tan agotados que en Carral paramos a darle algo de energía a nuestro maltrecho cuerpo. Fruta en un puesto callejero: plátanos, manzanas y nectarinas nos devuelven la alegría. Enfrente hay una panadería (me disculpo por no haber apuntado el nombre) con ese delicioso pan que ha dado tanta fama a este pueblo. Compramos un trozo de pan moreno con pasas y un bollo “hecho a la antigua” según nos dijo la paisana. En un momento damos cuenta de parte de nuestra deliciosa compra. Mientras, yo no puedo dejar de recordar a Cela, quien a buen seguro, si se encontrara en esas mismas circunstancias se zamparía los dos bollos enteros. Y haría bien, porque no hay pan como el de Carral.

Retomamos el camino con las energías renovadas y empezamos a subir una cuesta que como comprobaremos en breve, es una cuesta manantial; es decir, que no se termina nunca. Cuando ya se nos empiezan a agotar las fuerzas del refrigerio, empieza a llover con ganas otra vez. ¡Qué se le va a hacer! La vida del bicicletero es muy dura. Me pregunto qué haría el ilustre vagabundo en estas circunstancias. Supongo que guarecerse donde pudiera. Como era un tipo con suerte, seguro que en medio del monte aparecía un pastor con un porrón de vino y algo rico para llevarse al cuerpo. En nuestro camino no hay pastores, pero llegando a Leira encontramos un café, O’Brumeiral, donde conseguimos secarnos un poco y tomarnos primero nos hidratamos, después unos vasos de leche calentita con cognac para recuperar el tono y para rematar una botella de vino Mencía y dos raciones de raxo, que estaba para chuparse los dedos. Encima, con una relación calidad-precio estupenda: 28 euros en total. Con el cuerpo satisfecho y el espíritu alegre decidimos enfrentarnos a los 36 kilómetros que nos faltaban para llegar a Santiago. Todo el camino cuesta arriba/cuesta abajo. Parecía que aquello no se iba a terminar nunca. Pero no hay mal que cien años dure y alrededor de las 8 de la tarde llegamos al Hotel Miradoiro de Belvis, situado en la Rúa das Trompas, 5. Un hotel acogedor, con un servicio estupendo y unas habitaciones confortables y bonitas. Pero lo mejor, lo mejor de todo, fue lo bien que nos atendieron desde la recepcionista que nos recibió hasta el chico que nos despidió al día siguiente quien, además, nos ayudó a solventar unos problemas informáticos con Internet. Por si fuera poco, nos mandaron a cenar a un restaurante, O Dazeseis, en la rúa San Pedro, que resultó un lugar precioso, muy bien atendido y con todo riquísimo. Comimos los cuatro muy bien: grelos con langostinos, ensalada de salmón y queso, pimientos de Padrón, tabla de quesos, agua con gas y sin gas y una botella de Mencía Agustín Rebolledo (muy interesante), además de ese maravilloso pan gallego que no falta en ningún restaurante. Precio: 62 euros. Para recomendar.

Después, un maravilloso paseo por el Santiago nocturno, por la Rúa del Villar y la del Franco, buscando las tabernas donde Cela iba de tapeo; sólo encontramos una que se llama El asesino pero cerrado. Nos contaron que cambió de dueños varias veces y el actual  no guardaba las necesarias medidas de higiene y sanidad que precisa un local público. Me hice una foto en recuerdo de mi relativo tío y sentí no poder tomar la copa de aguardiente y rosquillas que él se desayunaba allí.

Santiago es una ciudad para enamorar. Cada vez que la visito me gustan más sus callejuelas, sus casas de piedra, la impresionante catedral. Es un lugar mágico. No me extraña que Cela sucumbiera a los envites de Cupido en esta maravillosa ciudad. Al día siguiente, después de un reparador sueño nos fuimos precisamente en busca del lugar donde Camilo José Cela y Marina Castaño se conocieron, un edificio de Caixa Galicia, hoy Casa Cultural, y donde en 1985 se celebró un Congreso donde se conocieron por primera vez los dos famosos gallegos.

De Cecebre a La Coruña y viceversa

Bicis y bicicleteros hacen un alto en el Ponte de Cela, que al menos por el nombre rememora al Nobel
Comenzamos esta aventura de seguir las huellas del vagabundo más famoso del mundo desde una bonita aldea coruñesa, Cecebre, que para mí tiene mucho encanto. No tengo la más minima idea de si Cela habrá pasado por estos parajes alguna vez en su vida (posiblemente) pero, nada más arrancar este recorrido Cecebre-La Coruña-Cecebre, hay un punto que se llama "Ponte de Cela". Coincidencia pura y dura, creo yo. Don Camilo, según cuenta en Del Miño al Bidasoa, entró en la ciudad donde se dice que nadie es forastero, "subido en lo más alto de un camión de bocoyes de vinagre" y acompañado de su primo "Benitiño do Chao" que no sé si es un primo de sangre o de fábula. Todo puede ser. El caso es que entraron en La Coruña por los Cantones y por la Marina y se dirigen "hacia la silenciosa y señorial calle de Tabernas". Allí, en el número 30, vivían unos tíos de don Camilo y de una servidora, tíos que, como dice el desaparecido Nobel, "eran muy amigos de hacer la caridad". La casa del tío Eduardo y la tía María es una preciosa edificación que mira a la extinguida playa del Parrote, donde ahora se ubica un gran hotel y el complejo deportivo de La Solana. Todo ello está enclavado en la popularmente conocida "Ciudad Vieja", sin duda uno de los rincones más bonitos de la ciudad que defendió con gran valentía la mentada heroína de la ciudad, María Pita.

El grupo ciclista de ahora, es decir, Josito, Teresa, Chus y yo, entró en La Coruña tras un precioso recorrido a la vera del río Mero, acompañados de pegas, urracas, mariposas y ese delicioso sonido del agua al deslizarse por algún que otro caneiro que aparece en el curso del río. Finalizamos el paseo fluvial deteniéndonos en una taberna bien situada en el Burgo, frente al puente romano, en la que disfrutamos de un delicioso Mencía y unas raciones de lengua y mejillones. A buen seguro no hubiera llegado ni para empezar si el ilustre vagabundo formara parte de este equipo, pero lamentablemente no puede ser así.

Continuamos viaje atravesando el puente y cogiendo un carril bici que sigue todo a lo largo de la ría hasta el Puente del Pasaje, punto en el que ya no nos queda más remedio que unirnos al alocado tráfico rodado y continuar por la carretera hasta La Coruña. Al igual que Cela, entramos en La Coruña por La Marina, nos deleitamos ante el maravilloso panorama de La Dársena y continuamos por la calle del Parrote hacia Tabernas, para detenernos a fotografiar la preciosa casa donde viven los primos que compartimos el Nobel y una servidora. La casa está mirando al mar, donde antaño se encontraba la playa del Parrote y hoy hay un gran hotel y un complejo deportivo con unas piscinas, donde yo de niña me bañaba. Cela se bañaba en la playa con mis primos y de vez en cuando gustaba de darse una vuelta en piragua.

En la casa de a cale Tabernas
Paseamos por la calle Tabernas, visitamos la iglesia de Santiago (donde se casan las chicas bien de La Coruña) y nos vamos hacia la plaza de Maria Pita, no sin antes detenernos en la heladeria Italiana y degustar uno de esos deliciosos helados que solo se pueden encontrar en mi ciudad. Siguiendo los pasos de Cela nos vamos a la calle de los Olmos con la ilusión de que sigan existiendo aquellos bares (O Crego, O Salto do Can, o Ribadavia), en los que mi relativo pariente gustaba de ponerse como el quico de pimientos de Herbón y nécoras. Pero ya no existen. Al igual que Cela están vivos en el recuerdo y en su valiosa literatura.

Regresamos por el mismo camino a Cecebre. En total hacemos en esta etapa 42 kilómetros. En Cecebre nos espera nuestro amigo Jorge, que nos da cobijo en su preciosa casa. José y yo dormimos en tienda de campaña, pero antes nos damos una opípara cena en el jardin, una cena de las que hubieran hecho las delicias de Cela: sardinas a la parrilla, cachelos, mejillones al vapor, pimientos de Padrón, empanada, paletilla ibérica y ensalada. Hay que coger energías para mañana, que nos espera una dura etapa: Cecebre-Santiago, 60 kilómetros llenos de cuestas. Todo sea por el Nobel gallego.

viernes, 6 de julio de 2012

Proyecto inicial para perseguir a Cela en bicicleta


La aventura arranca desde Madrid el día 11 de Julio por la tarde, que nos desplazaremos directamente al terminar la jornada desde los respectivos "curros" a Pontedeume.

Jueves 12 de Julio. Jueves. Etapa 1. Pontedeume-La Coruña (42 ó 18 kms)

Por Miño (N651), Ponte Pedrido (AC164), Bergondo, Guísamo, Cecebre, La Coruña. 

En caso de que hubiese alguna dificultad (que saliésemos el 12 en vez del 11, por ejemplo) o que lo prefiramos por algún motivo (por estar más tiempo en La Coruña, por estar más frescos para la etapa larga del día siguiente), barajamos la opción de arrancar desde Cecebre y hacer solamente el recorrido Cecebre-La Coruña (18 km).

En “Del Miño al Bidasoa”, Cela dedica el capítulo 6: “Detrás de la Marola, Inglaterra, y allá enfrente, La Habana”, a su estancia en La Coruña, a donde llega acompañado de su primo Benitiño de Chao. Caminan por los Cantones y la Marina, recorren la Ciudad Vieja, calle Tabernas. En la calle de los Olmos, repostan en O Crego, en “Salto do Can” y en “Ribadavia”, para disfrutar de unas nécoras y unos pimientos de Herbón. Playa del Parrote, Jardín de San Carlos. Playa del Orzán, “donde está prohibido bañarse a los forasteros”. Riazor.

Viernes 13 de Julio. Etapa 2. La Coruña-Santiago (68 Kms)

Salida por la N-VI, San Pedro de Nós, Sigrás, Carral (N-550), Mesón do Vento, Ordes, Fraga da Galiña, Oroso, Sigüeiro. Trazado fácil, llano y bien asfaltado. Visita a Santiago.

Cela dedica el capítulo 3 a Santiago. Se para en la taberna del Asensio y “se rasca, con la parsimonia y el deleite del sedentario, el picor que invade a los caminantes de todos los países cuando se paran”. Antes de entrar en la catedral quiere contar las piedras de la Plaza Cuadrada, que dice más bella que la de San Pedro de Roma y de la Plaza de los Literarios, más entrañable que la de San Marcos de Venecia. Al salir va a Casa Negreira en la rúa del Villar a comerse una enchenta de pimientos de Herbón, una docena de sardinas y un pote de lacón con grelos. Se aleja por el barrio del Hórreo, camino de Santa María la Real do Sar.

Sábado 14 de Julio. Etapa 3. Santiago-Padrón (25 kms)

Etapa corta. En Padrón hay mucho que ver porque hay muchos nexos con Cela. Allí está la Fundación, su casa y allí reposan sus restos.

El capítulo 2 de “Del Miño al Bidasoa” se titula “A la sombra del Apóstol, en el camino de Compostela” y transcurre en Padrón. Cela se detiene en Padrón, “a rezar por su alma y por sus dolientes carnes ante la piedra santa –el Perdón- donde, hace ya muchos años, unos extraños navegantes amarraron la barca que traía el cuerpo muerto de nuestro señor, Sant Yago.”

(Según Mª Aurora Lestón Mayo, en “El Camino a Fisterra: monstruos y mitología de la peregrinación al Fin del Mundo”, a su llegada a Iria Flavia, cuenta la tradición que los discípulos de Santiago amarraron la nave con los restos del apóstol a una columna de piedra, que a partir de entonces daría nombre a la localidad de Padrón (Pedrón). Esta columna se conserva aún allí, bajo el altar mayor de la iglesia parroquial de Santiago).

Cela se pasa la mayor parte del capítulo en la taberna del Cuco, hablando de lo divino y de lo humano con el tabernero y disfrutando de abundantes cuartillos de ribeiro. Hay todavía hoy un Cuco en la Avenida de Compostela 16. Lo visitaremos.

En este capítulo habla Cela del cementerio de Adina. Resalta en su texto la presencia de un olivo funerario, el olivo que se salió de su geografía, el olivo que no da olivas de tan aristocrático que se siente, pero que presta sombra y regala recuerdos y esperanzas. Precisamente bajo ese olivo que en su día quiso singularizar, se encuentran sus restos. Una lápida recuerda que fue el lugar donde, originalmente, yacieron los restos de Rosalía de Castro, antes de su traslado al Panteón de Gallegos Ilustres del Convento de San Domingos de Bonaval, en Santiago.

Domingo 15 de Julio. Etapa 4. Padrón-Pontevedra ((42 Kms)

Por la N550, pasando por Caldas de Reis, Barro. Podemos no apurarnos para salir. El camino es muy llano (el mayor desnivel son 165 m.)

En el cruce de Barro a Cela se le descompuso la barriga. “El que leyere deberá pensar que al niño C.J. se le soltaba el vientre por vez primera fuera de su casa. Y en condiciones no del todo propicias.”

Lunes 16 de Julio. Etapa 5. Pontevedra- Tui (52 kms)

Salida por la N550, Ponte Sampaio, Arcade, Redondela, O Porriño, Tui

En Tui vivieron los abuelos de Camilo José y nació su padre (en 1881). Dice en "La Rosa" que “la casa del abuelo es una casa hermosa, grande, bien instalada, con una buena bodega donde en tiempos se crió buen vino, rodeada de huerta amplia, a la entrada de Tui, a la derecha conforme se viene de Guillarey, dominando el tendido valle del Miño, con Portugal enfrente y el cementerio a la espalda.” 

Aquí daríamos por finalizado el recorrido. 

Aunque no esté incluido en el programa, llegados a Tui podemos pasar a Portugal para rematar el viaje, dar una vuelta por la fortaleza e ir a cenar un bacalhau o un frango al "Stop" y después quedarnos a dormir en Valença do Minho, para volver a Pontedeume el día 17 (unas nécoras y un vinito en Mugardos, un bañito, una partidita de mus) y poder cumplir el objetivo de estar en Madrid el 18 los que no tengan más remedio.