jueves, 19 de julio de 2012

Primeros apuros del niño Cela

Domingo, 15 de julio de 2012. 4ª Etapa. Padrón-Pontevedra (48 kilómetros)

Nuestro plan hoy es rememorar el viaje que el niño Cela hizo a Tui, a casa de los abuelos paternos. Camiliño Joseiño, (como le llamaba Juan, el jardinero de Iria Flavia), con apenas 6 años, iba a realizar su primer viaje solo y, como es fácil de imaginar, se encontraba un poco pasadito de miedo. En “un ford alto, destartalado y roncador”, Lozano, un mundano taxista de Iria, era el encargado de conducir “a o fillo do jefe” a la casa de los abuelos de Tui. Con Lozano y Camiliño, además de un montón de bártulos viajaban “Bufariñento”, el inseparable pollo mascota del nene y “un paisano con carita de mirlo vestido de luto riguroso”.

El trayecto que Camilo José realizó en un largo y accidentado día, nosotros lo dividimos en dos etapas, las dos últimas de este recorrido celiano. En la de hoy nos dirigimos a Pontevedra, pero antes, siguiendo las indicaciones de Nina, damos un paseo por la gran feria que se monta cada domingo en Padrón, a lo largo de la Alameda y calles adyacentes. Puestos de ropa, cestos, lencería, flores y herramientas conviven en perfecta armonía con mariscos, pescados, todo tipo de pan, embutidos varios y muchas cosas más. Nos decantamos por unas preciosas flores siemprevivas que, gracias al coche de apoyo y con un poco de suerte, podremos hacer llegar a nuestros respectivos hogares. Además, compramos dos variedades de pan, queso, jamón, chicharrones y lomo. Y lleno el morral de tan suculento manjar ponemos el cuerpo en marcha siguiendo la misma ruta que Lozano y Camiliño hace un porrón de años. Pasamos por Caldas de Reis, no sin recordar que en una fonda de este pueblo, el taxista invitó a sus viajeros a boliche. Yo no sé lo que es el boliche, pero a juzgar por los efectos que produjo en el niño Cela, debía ser una bebida fuerte y pasó lo que un Cela ya crecidito relata en la pag. 156 de La Rosa: "En el cruce de Barro, entre el madrugón, la sensación de soledad, las emociones del viaje, los caramelos y el boliche, se me descompuso la barriga". Cela, en defensa de este pequeño altercado que sufrió su barriga durante su primer viaje sin familia, cuenta para que el lector se haga cargo del tremendo apuro que sufrió en tales circunstancias que "se le soltaba la tripa por primera vez fuera de su casa. Y en condiciones no del todo propicias". Parece ser que sus compañeros de viaje se portaron muy discretamente y el niño Camilo lo agradeció desde lo más hondo de su corazón.

Al llegar a Pontevedra, a C.J. lo dejaron en la casa de sus primos de Tuy, que tenían unos hijos un poco perversos. "¡Fijaros -dijo uno de ellos- este niño huele mal". Al pobre Camilo se le vino el alma a los pies, pero aunque sus lágrimas se peleaban por asomar a sus ojos, el chaval no lloró. "Huelo un poco mal porque tuve un descuido, no pude evitarlo. A mí me parece que estoy un poco malo". Una señora muy amable devolvió a Camiliño a su estado habitual de niño limpito y aseado. Y la historia terminó ahí. Nosotros, por nuestra parte, decidimos continuar camino sin pasar por el WC. No tocaba y, por supuesto, no tomamos boliche, porque no sabíamos lo que era y porque nuestros pecados etílicos en este entretenido viajes se limitaban a una botella de Alvariño o Mencía, que por esta zona están de rechupete. Así es que, dejamos Caldas y Barro atrás, y a pocos kilómetros de allí nos encontramos una pequeña taberna sin gracia que el rótulo identifica como Bar Carlos, pero que guarda un tesoro en forma de patio en la parte de atrás. Una mesa redonda de piedra y una sombrilla nos permiten degustar a gusto nuestras viandas, regadas con refrescos, un Alvariño casero, y rematadas con café y aguardiente. Remate con una deliciosa partidita de mus que ganamos Chus y yo. Después, carretera y manta.
A los pocos kilómetros un prado lleno de margaritas nos invita a tumbarnos en la alfombrada hierba para terminar adecuadamente de digerir los abundantes embutidos y los suculentos panes de Padrón, mezclados con los licores como Dios manda.

Una vez repuestos de los excesos gastronómicos, retomamos el camino hacia la bella Pontevedra. Es una ciudad muy cuca, llena de casas de piedra, todas de la misma altura y con un ambiente muy festivo. Nos fuimos al hotel, nos dimos una reconfortante ducha y salimos otra vez con las bicis para dar una vuelta por la ciiudad y buscar un sitio donde cenar. Nuestra gran y agradable sorpresa fue darnos casi de bruces con un concierto de música clásica que se estaba celebrando en una plaza muy bonita. Allí nos sentamos y disfrutamos del espectáculo que ofrecía una orquesta sinfónica de mucho nivel. El hotel La Peregrina,  funcional y cómodo, nos gustó mucho.

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