Viernes 13 de julio 2012. 2ª Etapa. Cecebre-Santiago (60 km.)
Comenzamos el recorrido Cecebre-Santiago de forma muy auténtica, acompañados por el
orballo y unas cuestas que casi nos hacen abandonar la aventura. Tanto es así que incluso nos
tenemos que bajar de la bici y empujar vehículo y michelines como buenamente Dios nos da
a entender. Nos toca un día gallego, gallego, de esos en los que la lluvia juega
con el viento y los bicicleteros, calados hasta los huesos, tratamos a duras
penas de mantener el equilibrio sobre las dos ruedas. Tras apenas 15 kilómetros
de camino estamos tan agotados que en Carral paramos a darle algo de energía a
nuestro maltrecho cuerpo. Fruta en un puesto callejero: plátanos, manzanas y
nectarinas nos devuelven la alegría. Enfrente hay una panadería (me disculpo
por no haber apuntado el nombre) con ese delicioso pan que ha dado tanta fama a
este pueblo. Compramos un trozo de pan moreno con pasas y un bollo “hecho a la
antigua”, según nos dijo la paisana. En un momento damos buena cuenta de parte de nuestra
deliciosa compra. Mientras, yo no puedo dejar de recordar a Cela quien, a buen
seguro, si se encontrara en esas circunstancias, se zamparía los dos
bollos enteros. Y haría bien, porque no hay pan como el de Carral.
Retomamos el camino con las energías renovadas y empezamos a
subir una cuesta que, como comprobamos al poco tiempo, es una cuesta manantial. Es
decir, no se termina nunca. Cuando ya se nos empiezan a agotar las fuerzas que nos había proporcionado el refrigerio, comienza a llover con ganas otra vez. ¡Qué se le va a hacer! La
vida del bicicletero es muy dura. Me pregunto qué haría el ilustre vagabundo en
estas circunstancias. Supongo que guarecerse donde pudiera. Como era un tipo
con suerte, seguro que en medio del monte aparecía un pastor con un porrón de
vino y algo rico para llevarse al cuerpo. En nuestro camino no hay pastores,
pero llegando a Leira encontramos un café, O’Brumeiral, donde conseguimos
secarnos un poco e hidratamos. Después, unos vasos de leche
calentita con cognac para recuperar el tono y, para rematar, una botella de vino
Mencía y dos raciones de raxo, que está para chuparse los dedos. Al pagar,comprobamos que la relación calidad-precio es estupenda: 28 euros en total.
Con el cuerpo
satisfecho y el espíritu rejuvenecido decidimos enfrentarnos a los 36 kilómetros que
nos faltan para llegar a Santiago. Todo el camino cuesta arriba/cuesta abajo.
Por un momento parece que aquello no se va a terminar nunca, pero no hay mal que cien años
dure y alrededor de las 8 de la tarde llegamos al hotel Miradoiro de Belvis,
situado en la Rúa
das Trompas, 5, en Santiago de Compostela. Un hotel acogedor, con un servicio estupendo y unas
habitaciones confortables y bonitas. Pero lo mejor, lo mejor de todo, fue lo
bien que nos atendieron, desde la recepcionista que nos recibió hasta el chico que
nos despidió al día siguiente quien, además, nos ayudó a solventar unos
problemas informáticos con Internet. Por si fuera poco, nos mandaron a cenar a
un restaurante, O Dazeseis, en la rúa San Pedro, que resultó un lugar precioso,
muy bien atendido y con todo riquísimo. Comimos muy bien: grelos con
langostinos, ensalada de salmón y queso, pimientos de Padrón, tabla de quesos,
agua con gas y sin gas, una botella de Mencía Agustín Rebolledo (muy
interesante), además de ese maravilloso pan gallego que no falta en ningún
restaurante. Precio: 62 euros. Para recomendar.
Después, optamos por un paseo para apreciar el Santiago nocturno que resultó maravilloso, por la Rúa del Villar y la del
Franco, buscando las tabernas donde Cela iba de tapeo. Sólo encontramos una que
se llama El asesino, pero cerrada. Nos contaron que cambió de dueños varias
veces y el actual no guardaba las
necesarias medidas de higiene y sanidad que precisa un local público. Me hice
una foto en recuerdo de mi relativo tío y sentí no poder tomar la copa de
aguardiente y rosquillas que él se desayunaba allí.
Santiago es una ciudad para enamorar. Cada vez que la visito
me gustan más sus callejuelas, sus casas de piedra, la impresionante catedral.
Es un lugar mágico. No me extraña que Cela sucumbiera a los envites de Cupido
en esta maravillosa ciudad.
Al día siguiente, después de un reparador sueño y un no menos reconfortante desayuno, nos
fuimos precisamente en busca del lugar donde Camilo José Cela y Marina Castaño
se conocieron, un edificio de Caixa Galicia, hoy Casa Cultural, y donde en 1985
se celebró un Congreso en el que se encontraron por primera vez los dos famosos
gallegos.
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