jueves, 19 de julio de 2012

Donde Cela se enamoró de Marina


Viernes 13 de julio 2012. 2ª Etapa. Cecebre-Santiago (60 km.)

Comenzamos el recorrido Cecebre-Santiago de forma muy auténtica, acompañados por el orballo y unas cuestas que casi nos hacen abandonar la aventura. Tanto es así que incluso nos tenemos que bajar de la bici y empujar vehículo y michelines como buenamente Dios nos da a entender. Nos toca un día gallego, gallego, de esos en los que la lluvia juega con el viento y los bicicleteros, calados hasta los huesos, tratamos a duras penas de mantener el equilibrio sobre las dos ruedas. Tras apenas 15 kilómetros de camino estamos tan agotados que en Carral paramos a darle algo de energía a nuestro maltrecho cuerpo. Fruta en un puesto callejero: plátanos, manzanas y nectarinas nos devuelven la alegría. Enfrente hay una panadería (me disculpo por no haber apuntado el nombre) con ese delicioso pan que ha dado tanta fama a este pueblo. Compramos un trozo de pan moreno con pasas y un bollo “hecho a la antigua”, según nos dijo la paisana. En un momento damos buena cuenta de parte de nuestra deliciosa compra. Mientras, yo no puedo dejar de recordar a Cela quien, a buen seguro, si se encontrara en esas circunstancias, se zamparía los dos bollos enteros. Y haría bien, porque no hay pan como el de Carral.

Retomamos el camino con las energías renovadas y empezamos a subir una cuesta que, como comprobamos al poco tiempo, es una cuesta manantial. Es decir, no se termina nunca. Cuando ya se nos empiezan a agotar las fuerzas que nos había proporcionado el refrigerio, comienza a llover con ganas otra vez. ¡Qué se le va a hacer! La vida del bicicletero es muy dura. Me pregunto qué haría el ilustre vagabundo en estas circunstancias. Supongo que guarecerse donde pudiera. Como era un tipo con suerte, seguro que en medio del monte aparecía un pastor con un porrón de vino y algo rico para llevarse al cuerpo. En nuestro camino no hay pastores, pero llegando a Leira encontramos un café, O’Brumeiral, donde conseguimos secarnos un poco e hidratamos. Después, unos vasos de leche calentita con cognac para recuperar el tono y, para rematar, una botella de vino Mencía y dos raciones de raxo, que está para chuparse los dedos. Al pagar,comprobamos que la relación calidad-precio es estupenda: 28 euros en total. 

Con el cuerpo satisfecho y el espíritu rejuvenecido decidimos enfrentarnos a los 36 kilómetros que nos faltan para llegar a Santiago. Todo el camino cuesta arriba/cuesta abajo. Por un momento parece que aquello no se va a terminar nunca, pero no hay mal que cien años dure y alrededor de las 8 de la tarde llegamos al hotel Miradoiro de Belvis, situado en la Rúa das Trompas, 5, en Santiago de Compostela. Un hotel acogedor, con un servicio estupendo y unas habitaciones confortables y bonitas. Pero lo mejor, lo mejor de todo, fue lo bien que nos atendieron, desde la recepcionista que nos recibió hasta el chico que nos despidió al día siguiente quien, además, nos ayudó a solventar unos problemas informáticos con Internet. Por si fuera poco, nos mandaron a cenar a un restaurante, O Dazeseis, en la rúa San Pedro, que resultó un lugar precioso, muy bien atendido y con todo riquísimo. Comimos muy bien: grelos con langostinos, ensalada de salmón y queso, pimientos de Padrón, tabla de quesos, agua con gas y sin gas, una botella de Mencía Agustín Rebolledo (muy interesante), además de ese maravilloso pan gallego que no falta en ningún restaurante. Precio: 62 euros. Para recomendar.

Después, optamos por un paseo para apreciar el Santiago nocturno que resultó maravilloso, por la Rúa del Villar y la del Franco, buscando las tabernas donde Cela iba de tapeo. Sólo encontramos una que se llama El asesino, pero cerrada. Nos contaron que cambió de dueños varias veces y el actual  no guardaba las necesarias medidas de higiene y sanidad que precisa un local público. Me hice una foto en recuerdo de mi relativo tío y sentí no poder tomar la copa de aguardiente y rosquillas que él se desayunaba allí.

Santiago es una ciudad para enamorar. Cada vez que la visito me gustan más sus callejuelas, sus casas de piedra, la impresionante catedral. Es un lugar mágico. No me extraña que Cela sucumbiera a los envites de Cupido en esta maravillosa ciudad. 

Al día siguiente, después de un reparador sueño y un no menos reconfortante desayuno, nos fuimos precisamente en busca del lugar donde Camilo José Cela y Marina Castaño se conocieron, un edificio de Caixa Galicia, hoy Casa Cultural, y donde en 1985 se celebró un Congreso en el que se encontraron por primera vez los dos famosos gallegos.

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