Lunes, 16 de julio de 2012. 5ª
etapa. Pontevedra-Valença do Minho (58 kms )
El día amanece despejado, sin
una sola nube. Hoy va a hacer calor y no es lo más interesante para una jornada
bicicletera. Nos esperan algo más de 50 kilómetros hasta
llegar a Tuy. En la ciudad frontera con Portugal se ha gestado parte de la vida
de Cela. Sus abuelos paternos eran de aquí y tenían una preciosa casa familiar que queremos
identificar y conocer.
Después de un completo desayuno
empezamos a pedalear rumbo a nuestro destino. La N-550 está muy transitada en
este tramo pero, afortunadamente, los desniveles son suaves; lo que no es suave
es el calor que, a medida que avanza el día, va apretando cada vez más. Paramos
en un bar y recordamos a otra ilustre escritora, Rosalía de Castro,
la mujer que, según Cela, consiguió convertir el llanto en orballo y el orballo
en poesía. También recordamos ese poema considerado de los más importantes de la lírica trovadoresca galaico portuguesa que tiene lugar en la i
lla de San Simón (”Estaba eu na ermida de San Simón e cercáronme as
ondas que grandes son. Eu atendendo o meu amigo, eu atendendo o meu amigo”). Tomamos un refrigerio: refresco y tapita de lentejas que, aún a pesar de la
temperatura, entran de maravilla. El aporte energético nos dan fuerza para
continuar el trayecto hasta nuestra próxima parada gastronómica. Hay que decir
que en esta ocasión, quizás contagiados por el espíritu de Cela, vamos todo el
viaje poseídos de un apetito feroz. O le damos al pedal o le damos al diente.
Ni Chus, que tiene la tripa un poco pesadita, pone freno a esta vena glotona
que nos insufla el amigo Cela desde allá donde esté.
Después de muchos sudores, entre
el kilómetro 149 y el 150, en Quintal, encontramos una casa de comidas,
“Bocados”, con un sugestivo cartel para tiempos de crisis: “Menú a 7 €”.
Decidimos parar, aunque sólo sea para resguardarnos del sol y refrescarnos un
poco con el aire acondicionado y unos refrescos. Comemos el menú del día y una vez
apaciguado el estómago salimos a la terraza y elegimos una mesa con sombrilla
para jugar la partidita de mus. Josito y Tere ganan la partida con un tanteo ajustado.
Yo, no sé si desanimada por perder o temerosa de volver a padecer la sofoquina,
miro con ganas el coche de apoyo. ¿Me voy con Chus y reconfortada por el aire
acondicionado o sigo sufriendo los rigores climatológicos a golpe de pedal hasta
Tuy? La duda me corroe un buen rato pero al final opto por terminar el viaje
pedaleando (una tiene un pelín de masoquista). Por suerte, el trayecto que resta
es casi todo cuesta abajo y se agradece. La bici se embala y el aire
reconforta.
Cuando veo el cartel de Tuy no
me lo puedo creer, me dan ganas de besar el suelo de la preciosa ciudad.
Sabemos, porque lo dice Cela en "La Rosa ", que la casa de sus abuelos en la que
nació su padre en 1881, es "una casa hermosa, grande, bien instalada, con
una buena bodega donde en tiempos se crió buen vino, rodeada de huerta amplia,
a la entrada de Tui, a la derecha conforme se viene de Guillarey, dominando el
tendido valle del Miño, con Portugal enfrente y el cementerio a la
espalda". Con esa descripción litearia, un poco de suerte y la ayuda
inestimable de la placa que sobre la misma fachada anuncia el nombre de la
calle dedicada a Camilo José Cela, nos topamos con la casa de los abuelos
paternos del escritor. Se trata de una elegante edificación en piedra que ocupa
toda la manzana.
Al lado, entro en un bar que lleva el nombre del autor de La
familia de Pascual Duarte y allí me cuentan que Cela pasó muchas temporadas en esta casa cuando era niño.
Relata el escritor la pesada broma que le gastaron sus tías, diciéndole que él
era un enano y que su mamá en vez de mamá era su hija. Esas putaditas me
resultan desafortunadas y familiares porque a mí, cuando era niña, mis hermanas
me decían que mis padres me habían recogido y que yo, en realidad, provenía de
una familia gitana. Aquello me producía tanta angustia como le produjo a Camilo
pensar que la bella y juvenil Camila, en vez de ser su madre, era su hija. Hay
que ver lo crueles que pueden llegar a ser los adolescentes...
Una vez refrigerada me voy con
Tere y Jose a pasear por el centro de la ciudad. Las chicas nos dejamos seducir
por una zapatería con precios de saldo. Echamos un buen rato mientras Jose
espera y desespera y ponemos nuestro granito de arena (en forma de euros) para
que la economía del país no se aplatane más de lo que está.
Ya sólo nos queda llegar a
Valença do Minho. En el hotel con el mismo nombre tenemos hecha la última
reserva del viaje. Cruzamos el precioso puente de hierro que une España y
Portugal. Nos detenemos unos segundos a contemplar el plácido transcurrir del
Miño/Minho y disfrutamos del placer que tan generosamente nos ofrece la
naturaleza. Pocos minutos después llegamos al Hotel Valença do Minho. Se trata
de un alojamiento funcional y cómodo, cuyo atractivo principal -para mí- es una
preciosa piscina. En cuanto la descubro anuncio a mis colegas que dudo entre tirarme
vestida al agua o subir a la habitación para cambiarme. Opto por lo
convencional. José me recuerda que estamos en Portugal y que aquí se cena
temprano, pero sé que me da tiempo.
Me meto en el agua de la
piscina y me entra una oleada de placer que borra de un plumazo todo mi
cansancio. A esas horas, 19.30, hora portuguesa, apenas hay tres o cuatro
personas en la piscina, con lo cual el placer es mayor. Josito también se anima
a darse un chapuzón y después de hacer unos cuantos largos subimos a cambiarnos
para ir a cenar. Chus y yo soñamos con un frango (pollo) a la brasa. El recepcionista
del hotel nos manda al Iberia, un restaurante a pocos metros del hotel Valença
do Minho. Nos sentamos en la terraza y una encantadora y muy profesional
camarera nos dice que no hay frango,
pero lo hace tan bien la chica que consigue que nos quedemos. Y no nos
arrepentimos. Pedimos una ensalada variada para compartir y cada uno un
segundo. Yo me tomo un pulpo a la brasa con cachelos que está de cine; las
chicas bacalhao a la brasa y Josito un pescado
parecido a la merluza que está muy bueno. Volvemos al hotel y las chicas vienen
a nuestra habitación a ver fotos. Yo, no estoy para fotos ni ná de ná. Me tiro
en la cama y me entrego a los brazos de Morfeo sin ninguna resistencia.